viernes, 3 de enero de 2014

Buenos días.

A la mañana siguiente Picconesko había salido al balcón sin lavarse la cara con agua tibia y asomó la cabeza para ver si estaba ella. No; sólo el reflejo del estampado de su vestido a juego con el pañuelo que llevaba la noche anterior anudado con gracia en  la cabeza. Se había despertado con el vértigo que producen las camas que quedan  anchas, como los jerséis antiguos encontrados en el desván de la abuela el invierno pasado. Recordó el cálido y estrecho colchón durante la noche anterior, cuando Leopolda aún prefería resguardase entre gemidos y sábanas húmedas. Entró en la habitación con la cabeza alta, esperando encontrar a la altura de su mirada alguna respuesta. Bajó el mentón y allí estaba la solución en forma de papel. Como si de una película romántica se tratara, olió las letras escritas en tita azul con su nombre, y sonrió. Se tocó el cabello para hacer mostrar a un público invisible la contraposición entre la necesidad de abrir la hoja doblada por cuatro partes, y el esperar propio de los caballeros. Abrió los ojos considerando la segunda opción lo demasiado estúpida como para desear desentenderse de ella.  Lo abrió:

‘’- Mira tu espalda amor, los puntos cicatrizarán pronto. ’’


Pero él se preocupó más por el corazón, riñón ya sólo la quedaba uno…