sábado, 18 de junio de 2016

Noche de grillos

Aprieto las mandíbulas al dormir, hago chocar el maxilar superior con el inferior y suena el chirrido del desgaste de mis dientes al derrapar el uno con el otro.  No tengo nada que decir.

Aprieto los puños al dormir y las uñas se clavan en la palma de mi mano, dejando la marca de cuatro cortas líneas horizontales que se irán borrando con el paso del día. No tengo nada que agarrar.

Aprieto los párpados al dormir y estos se doblan en pliegues de piel como un acordeón. Las pestañas se cruzan las unas con las otras y las consigo desenredar cuando amanezco. No tengo nada que mirar.

Aprieto los labios al dormir, convirtiéndolos en la única frontera que divide mi cara en dos hemisferios. El carmín rojo se va secando al estar en contacto sólo con aire. No tengo nada que besar.

Aprieto las piernas al dormir, chafando mis muslos, haciéndolos sudar, y aquello que llamamos entrepierna se alarga en una estría hasta los tobillos. No tengo nada que jugar.

Aprieto el cojín contra mi pecho al dormir e imagino latidos que soy capaz de confundir con los míos propios. No tengo nada que abrazar.

Me aprieto al dormir.

Todo me aprieta cuando la cama me queda ancha. 

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