jueves, 23 de febrero de 2012

Violeta.


Vaig decidir parlar de mi. Parlar de mi i de totes les dones que hi ha al món. Vaig decidir parlar de la nostra perfecció dins la imperfecció que arrossega tot allò existent al món. De les notes i els silencis musicals que dibuixen les corbes del nostre cos. També vaig descriure el nostre caminar, el caminar de totes per un món que podem canviar. Això és tot. Les paraules em sortien soles i somreia. M’agradava pensar que era una més. Una dona més dins aquest món en el que ens ha costat tant cridar. Un  món de silenci femení que ens feia i ens fa mal.  Vaig parlar de ventres, pits i cuixes esculpits amb el nostre cos i de la respiració accelerada d’un part. Vaig veure mirades de complicitat que em van fer més forta i vaig plorar per aquelles dones que no han aconseguit fer-ho. Vaig llançar un gemec al cel ple de dolor. El dolor infinit dels cops a la nostra pell i no ho vaig suportar.  Vaig cridar més i més per aquelles a les que la por se’ls hi ha menjat les paraules, l’amor cap a una mateixa i l’orgull de ser qui és. Em vaig sentir més dona que mai i vaig tornar a cridar  lletrejant els noms de totes nosaltres.  Es van sentir infinites veus i vaig ser feliç. Vaig recordar les paraules ella, la, elles, les, que de vegades havien quedat oblidades. Vaig llançar l’escombra, el plomall i el pintallavis.  Vaig esborrar els números 90-60-90 i i vaig sortir de la cuina suspenent l’assignatura “labores del hogar”. I mica en mica em vaig anar desfent dels tòpics que ens havien ofegat durant tant de temps. Em vaig sentir lliure de poder fer un petó a qui volgués i quan volgués, de decidir la llargada dels meus pantalons i la meva faldilla , i la forma del meu cabell.  I llavors vaig entendre el que estava fent. Simplement parlava de nosaltres. Dels nostres drets i de l’anhel per tastar la igualtat de la dona i l’home arreu del món. De la nostra veïna, la nostra mare i les nostres filles. Parlava de les nostres amigues, les nostres tietes i les nostres avies. Vaig  plorar i vaig riure parlant de nosaltres, del que som, hem sigut i serem. De mi i de totes les dones que hi ha al món.

sábado, 18 de febrero de 2012

amén.


Hola padre. He venido a confesarme y a pedir perdón de rodillas. A colocarme con las manos abiertas, los palmos juntos y los dedos pegados. También doblaré mis piernas de tal manera que las rodillas se apoyen en el duro y frío suelo y formen un ángulo de noventa grados. No me levantaré hasta que se me pongan las rodillas rojas y me duelan. Sólo necesito ese perdón para sentirme un poco mejor y para asegurarme un sitio en aquello que se llama cielo. El cielo. Un cielo que parece no tener nubes. Un cielo no azul, sólo blanco. Un lugar blanco y en silencio. Esto es lo que me han contado las películas. Quiero que me guíe por ese camino que parece recto y que finaliza en una intensa luz brillante que ciega los ojos. Parece fácil, pero me han hecho necesitar a alguien para que  me lleve. Bien, no sé si a alguien o solamente el perdón. El perdón que se ha convertido en el visado de mi viaje hacia la muerte.  Como llorarán mis padres si eso ocurre. Si ocurre que me muero, sí. ¿Sabe? Algunos días pienso que me gustaría ver mi entierro. Bueno, verlo no, sino saber  cómo será, quién vendrá y que color será el más abundante. No quiero que la gente venga vestida de negro y que me pongan rosas blancas. Las rosas solo me gustan en Sant Jordi. Quiero margaritas.  Y por qué no decirlo: quiero que la gente llore, ría o cante. Que expresen aquello que significa que yo ya no esté  de infinitas maneras.  Que me recuerden tal como fui y que se alegren al saber que siempre he sido feliz. Los abrazaría a todos y lloraría con ellos seguramente.  He venido a visitarle para  narrarle mis confesiones, aquello que de alguna manera necesito decirle, pero no le puedo mirar a los ojos. No entiendo qué hace usted detrás de esa pared con agujeritos que solo dibujan sombras. Escucho una voz  y una respiración huérfanas  de rostro y me dispongo a explicarle  algo que no he explicado a nadie.  Me vaciaré por dentro expulsando aquello que considero privado para compartirlo con usted. ¿Y qué hace? me oculta hasta sus ojos pretendiendo oír mi melodía monótona  deletreando palabras y uniendo sílabas para que finalmente me dicte la mierda que tenga que rezar y conseguir como recompensa ese perdón que tanto anhelo. ¿Sabe? Lo odio. Odio este maldito lugar y lo odio a usted. Su manera de vivir, de ver la vida y su egoísmo de los cojones. Odio el odio que sale de sus pupilas aunque por alguna razón que no entiendo no puedo verlas. Odio que odie  a los homosexuales y a las faldas cortas.  Me repugna que odie usted a los embarazos en vientres menores de edad y a los preservativos a la vez.  Me da asco que odie usted a las mujeres que quieren llegar a ser algo en la vida y que no les gusta la vida austera, que no quieren servir a su marido y que se operan de las tetas. Que rabia me da usted cuando odia el sexo, el contacto de dos cuerpos desnudos y la penetración que produce placer excitante. Penetración vana con el objetivo sanguinario de matar posibles vidas humanas según tú y todos los que son como tú. Reconozco que  me hierve la sangre cuando veo a ese desgraciado que nos hacen llamar papa. El papa de Roma. Ese  ser despreciable que todos veneráis sin un motivo aparentemente razonable. Ese humano decorado con oro y enjoyado con hipocresía  como si de una basílica se tratara,  y vestido con túnicas que valen  soluciones para que este mundo vaya un poco mejor. Aquel que va siempre con su personaje puesto cara al mundo, haciendo que se preocupa por el hambre, la malaria y la sed. Todo esto le da igual, usted lo sabe y yo también. Uno de los seres más poderosos del mundo que no mueve un dedo es digno de despreciar. Al menos por mí. Él con sus plegarias formadas por palabras que no salen de su cerebro, lanzadas al viento que se las lleva hasta hacerlas desaparecer ahogándolas en el mar o tirándolas al  contenedor de palabras vacías.  Le odio, también a usted. A usted al que más. Maldigo venir aquí cada día para verle y que no me obsequie con una mirada. Solamente le pido el brillo de sus ojos por un instante. Y ahí sigue como un desgraciado detrás de los orificios de esta madera sucia de pecados anónimos.    Seguro que no sabe que cada domingo vengo a verle a misa para ver el color de sus ojos desde lejos. Tampoco sabrá que cada jueves también piso el suelo  que nos sustenta ahora mismo. Para verle. No se imaginará que cada día, todos los días me asomo por esa puerta y me dejo reflejar por el color de los vidrios que dibujan la atmosfera de este lugar.  Sólo para verle. Vengo a Misa sin creer en una mierda, sólo creo en usted, en los ojos que se ha guardado a merced de mi mirada. Como lo odio… Odio amarle de esta manera. La obsesión que se ha despertado en mi interior y  que me repite su nombre a cada instante. La obsesión que me hace imaginarlo junto a mí mientras nos clavamos la mirada a milímetros de distancia.  Yo soñando con sus ojos y lo único que puedo abrazar para dormirme es su voz. Me pregunto por qué lo tengo que  compartir con tanta gente.  Creyentes que solo quieren escuchar sus cuentos para mayores e imaginarse cómodos en algún lugar del cielo. Lo quiero solamente para mí.  Quiero ser suya y que usted sea mío. Le presento al amor, a la obsesión que se te tiene prohibida. Me pregunto cada mañana porqué Cupido me ha castigado de esta manera. Por qué  me ha querido entregar un hombre que le es prohibido  sentir nada. Debe haber sido un error, un maldito error  del tira-flechas, que tengo que pagar yo con lágrimas de deseo, noches vacías y una mente rota por la tortura de un pensamiento. Un único pensamiento que es usted. Usted. Como lo odio. Lo odio…
(Silencio)


-        -  Vuélvame a besar. Se lo pido por Dios