·En octubre
me gusta hojear los libros. No los leo, simplemente juego con los dedos creando
remolinos con las páginas. Intento mezclar los números de la parte inferior e
imaginar títulos para cada uno de los capítulos.
· En enero
prefiero memorizar las tapas de los libros. Las estampaciones, las letras grabadas
y la textura del polvo. Digamos que las congelo en mi memoria como obras de
arte en miniatura.
· En abril
entro cada mañana a mi librería. Bien temprano, dejando que el sol me descubra
como la primera mujer plantada en la Tierra. -Soy Eva- pienso, me miro el
ombligo para deshacer esta idea y me pongo manos a la obra.
Cojo una a
una todas las novelas escritas por personas ya difuntas. Las abro y las
dispongo aleatoriamente por todo el piso. Libros abiertos se convierten en
flores, y hago entrar a la primavera. También descubro un cementerio donde no
dejo enterrar a los artistas que alguna vez fueron o que alguna vez
escribieron.
· En
diciembre envuelvo con papel estampado miles de cajas rectangulares. A veces
las relleno de papel higiénico o algodón mojado para no desvelar la ligereza
propia de una caja vacía. Ojalá en los films utilizaran mi técnica, estoy harta
de ver maletas huecas en manos de personajes que no tienen ni la decencia de
guardar en ellas su credibilidad. Volviendo a las cajas… después de envolverlas
y decorarlas con lazos de papel sedoso, las regalo. Hago creer a la gente que
son libros, novelas, biblias y demás. Cuando las personas reciben textos,
enciclopedias, volúmenes, libros en general, se sienten inteligentes y me gusta
aumentar niveles intelectuales ficticios. Ficticios.
·Acaba el
año y me doy cuenta que no he leído ni una sola línea. Posiblemente lo único
que me pasa es que no sepa leer.