A ella le gustaba como era. Le gustaba su vida y todas esas
reliquias que esta le regalaba: las guardaba en una cajita hasta que se
convertían en recuerdos y morían en el olvido. Como los gusanos de seda
domésticos con su casa de cartón, que se convierten en flores voladoras para
despedirse de la vida para siempre. Cuantas cosas había podido ver, sentir y
oler. Se había convertido en testigo de centenares de historias e infinitos
momentos que perdurarían escritos en el futuro. Algunas personas le habían
confesado secretos que no desvelarían a ningún otro mortal y otras le abocaban
sus lágrimas convirtiéndola en la superficie de un mar en calma pero
contaminado de dolor. Había leído mil cartas de amor ajenas que le habían hecho
enrojecer, como si las palabras más picantes fueran para ella. Nunca se había
enamorado aún, pero miraba los ojos de todos aquellos que pasaban un espacio de
tiempo con ella, y les hacía un huequito en su corazón para mantenerlos siempre
a su lado. Se dejaba tocar, acariciar y pellizcar. Le encantaba palpar la
temperatura y medir la textura de aquello que se ponía en contacto con su piel
de madera. Había sido cómplice de muchas explicaciones y preguntas con
respuestas vacías. Ella nunca opinaba, sólo miraba desde una distancia corta y
se dejaba llevar por las vivencias de la gente. Cuantas manos había leído y
cuantos sabores había podido abrazar. Los dulces eran sus preferidos: café con
leche, chocolate caliente y ron con Coca-Cola. Podría haber escrito una
enciclopedia con las biografías de los seres desconsolados que habían dejado
sin aire sus penas y les habían robado el oxígeno vanamente, dejándolas
flotar medio moribundas en un vaso con grados de alcohol. Nunca se había
enamorado aún. No, aún no. Dormía en medio de la oscuridad y el silencio, con
los taburetes haciendo el pino y descansando su redonda base encima de ella. Le
gustaba despertarse un poco después del amanecer con el roce de una bayeta
húmeda, el calor de la máquina de café y el tarareo de alguna canción antigua.
Era feliz aunque no todo siempre era perfecto. Cuando ocurrían cosas terribles
delante de ella, no tenía más remedio que nadar entre sus propias lágrimas y
esas noches no podía dormir. Una vez la apuntaron con una pistola unos
indeseables que la pisotearon para robar todos los papeles y círculos metálicos
que guardaba con llave aquella caja registradora. Pasó tanto miedo que tuvieron
que pasar muchos culos de vaso por su superficie para que dejara de temblar. Gracias
a algún tipo de Dios o a la posible existencia del destino, estos momentos
amargos se podían contar con la mitad de los dedos de una sola mano. Su vida,
en definitiva, era feliz. Su vida, su fantástica vida rellena de conocidos y habituales
clientes, y rebozada con seres de usar y tirar. Como las cámaras fotográficas
desechables que te regalan momentos imprimidos para siempre aunque la relación
haya sido efímera. Hasta ese día. Ese día conoció el sabor del amor. El sabor
ácido del amor imposible. Nunca se había enamorado aún, hasta ese día de limón clorhídrico
que deshizo su alma. El culpable fue aquel instante de aquel mes de algún año, que
dejó entrar por la puerta a aquel hombre. Ese hombre. Ese hombre que borró de
su vida a todos los humanos que había estado retratando en su recuerdo desde
que había
sido creada. Lo vio aparecer por la puerta y el mundo se derrumbó entre la
niebla de la felicidad, la incertidumbre y la lejanía. Estaba claro, nuestra
barra de bar se había enamorado de un cuerpo con sus cinco sentidos, sus
emociones y su vida humana. Sí, se había enamorado de un cuerpo dotado de todo
aquello que ella no tenía, ni tendría jamás. Como se odió en aquel momento. Le
habría encantado vomitar cada una de las partes de su cuerpo no humano sin
vida: su madera asquerosamente barnizada, su asqueroso posa-pies de aluminio y sus
asquerosas decoraciones florales de color ocre. Cuando lo vio supo que esa era
la persona que estaba esperando desde hacía siglos, pero cuando este la tocó
con sus manos y acarició su piel muerta, supo que necesitaba entregarse a aquel
hombre, su hombre, su amor. “Un agua con gas por favor”. Aquellas palabras
pronunciadas por aquel espejismo fueron para ella la melodía de una canción de
amor que le robó el sentido, también de madera como toda ella. Quince minutos,
solo quince minutos sin ningún segundo de regalo. Quince minutos de contacto
piel con piel, quince minutos sin mediar palabra, quince minutos de silencio,
el silencio más eterno y profundo que había sentido nunca. Quince minutos de felicidad
gris que se desvanecía como el humo de un cigarro. Aquel hombre se había
convertido en su vida, su pensamiento y el motivo de su muerte. ¿Por qué aquel
hombre de aquel instante? ¿Por qué? No entendía nada y lo entendía todo. Se
fue. El que se acababa de convertir en el motivo de su creación se fue. Se fue
depositando un par de monedas frías que fueron para ella dos puñaladas de
acero. Se fue para siempre con su silencio. Aquella noche, ella, no pudo dormir,
lamiendo aquel rastro de huella dactilar que dejó su amado. Este no volvió
nunca más. Nunca. Su presencia solo dejó un eco en el vacío de su dolor.
Hubiera entregado cualquier cosa por sentirlo dentro, por volver a escuchar una
melodía de aquella voz, por ser suya. Y todo cambió. Todo. No quiso volver a
catar el contacto de otras manos, ni besar la mirada de otros ojos por miedo a
que el recuerdo de ese día se fuera con las maletas hechas. No, no quiso.
Tampoco pudo. Aquel cliente aparentemente igual que todos, se había quedado su
vida a cambio de un barato recuerdo de baja calidad. Aquella barra de bar no
volvió a ser la misma porque un desconocido se había llevado todo lo que algún
día le perteneció. La felicidad también.
Visc en un món on han imposat la por, la desesperació, la gana i la tremolor. On les llengües es diuen violència i la defensa és l'única manera de sobreviure. Visc en un món on la dictadura mai és morta i els diners s'han convertit en l'oxigen que respirem. Un món on les guerres imperen per tots els carrerons i la lluita queda ofegada a cops... Visc en un món que m'ha robat la confiança i la tranquil•litat. Un món que m'avergonyeix i em fa sentir culpable...
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