No se trata de escucharme- le dije- se trata de clavarte dentro de mi cabeza y lograr entender. Sentir cada una de mis palabras
interiores. Conviértete en mi ego y en mis dudas y comprende que no puedo estar
segura de nada. Mira a tu alrededor… ¿Esto es una ficción? Tengo miedo, pavor,
horror y lo único que se te ocurre tirarme a la cara es un simple: Te escucho.
Aquí es cuando él me miró. ¿Y tú? Empecé a gritarle. ¿Qué?
Que se fuera, que
abriera la puerta que nos separaba de la burbuja insonorizada y que no volviera.
Dentro de mí ya no quedaba poesía ni
ganas de abrazos, sólo esperaba un portazo, un golpe, un ruido y un gruñido de rabia.
¿Y no lo volviste a ver más? ¿Sabes? Dime.
Que ni pude, porque lo odié en el mismo instante en que
pronunció el latido de la ‘’ch’’ . ¿De qué me servía que me escuchara? Estaba descuidada
en cualquier pozo sombrío, donde ni el eco se atrevía a saludarme.
¿Es una historia de amor, abuela?
No, es una historia de necesidad y de anhelo. Es la leyenda
del recibir algo a cambio de la vida frecuentada por la poca luz, por la
carente gula, por el reducido aire respirado. Exacto, me ahogaba y él me
escuchaba. En ese momento quería una bocanada de algo que llenara mis pulmones
y las palabras sólo me confesaban que realmente ahí no había nadie. Que ese
señor con barba que se dispuso a estrechar mi compañía sólo acrecentó mi sed de
ser alguien más.
¿Alguien más? ¿Quién?
No lo sé, no puedo saberlo. De todas maneras, nunca sabría
hacerlo.
¿El qué?
Entender que ese hombre nunca vino, que este pozo es
profundo y que la oscuridad se mete incluso debajo de mi ropa interior. Que tus
preguntas son mis preguntas, que formas parte del rechazo de querer aceptar que
estoy sola. Completamente solita…
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