A la mañana siguiente Picconesko había salido al balcón sin
lavarse la cara con agua tibia y asomó la cabeza para ver si estaba ella. No; sólo
el reflejo del estampado de su vestido a juego con el pañuelo que llevaba la
noche anterior anudado con gracia en la
cabeza. Se había despertado con el vértigo que producen las camas que
quedan anchas, como los jerséis antiguos
encontrados en el desván de la abuela el invierno pasado. Recordó el cálido y
estrecho colchón durante la noche anterior, cuando Leopolda aún prefería
resguardase entre gemidos y sábanas húmedas. Entró en la habitación con la
cabeza alta, esperando encontrar a la altura de su mirada alguna respuesta.
Bajó el mentón y allí estaba la solución en forma de papel. Como si de una película
romántica se tratara, olió las letras escritas en tita azul con su nombre, y
sonrió. Se tocó el cabello para hacer mostrar a un público invisible la
contraposición entre la necesidad de abrir la hoja doblada por cuatro partes, y
el esperar propio de los caballeros. Abrió los ojos considerando la segunda
opción lo demasiado estúpida como para desear desentenderse de ella. Lo abrió:
‘’- Mira tu espalda amor, los puntos cicatrizarán pronto. ’’
Pero él se preocupó más por el corazón, riñón ya sólo la quedaba
uno…
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